1.1 Comienzo.
La luz cegó sus ojos
con tanta fuerza que se vio obligada a ocultarse detrás de unas manos finas y
blanquecinas. Notaba a la perfección la suave brisa que azotaba sus cabellos y
cómo la temperatura parecía haber adquirido la estabilidad más absoluta y perfecta,
además del silencio que se había adueñado del lugar. Ni siquiera las hojas de
los árboles al desprenderse, guiadas por acción del viento emitían sonido
alguno, ni tampoco el cantar de algún pájaro, ni el de las cigarras, a pesar de
que desconocía qué estación del año estaba presenciando. Se encontraba en una
pradera totalmente desierta y tan amplia que no llegaba a alcanzar con la vista
sus límite. De hecho, desconocía si allí existía un principio y un final.
Descalza sobre la
hierba, la sensación de las pequeñas flores que hacían cosquillas en las
plantas de sus pies parecía ser un remedio perfecto para no perder la calma que
siempre la acompañaba incluso cuando se veía tan perdida como en ese instante. Nunca había tenido un sueño tan idílico, pero
tenía que reconocer que le gustaba ese lugar, a pesar de su atmósfera
solitaria. Pero entre toda aquella majestuosidad debía estar escondido el por
qué del asunto, la razón de encontrarse allí. Trataba de encontrar siempre todo
tipo de significados en cada uno de los sueños que tenía, independientemente de
que fueran buenos, malos o demasiado locos para una mente tan sencilla como la
humana. Quizás debía ver más allá de lo terrenal y encontrar algo, o incluso
rescatar a alguien. ¡Quizás ella era la heroína de ese sueño! Sin embargo,
mientras todas aquellas ideas iban tomando lugar y asentándose en su mente,
logró percibir un movimiento a sus espaldas y se giró con rapidez para encarar
al hombre que se había colocado a pocos pasos de ella después de haber
aparecido de la nada. Su rostro trataba de no expresar gran cosa, pero tras esa
máscara de indiferencia fingida podía observarse una calma increíble, además de
un logrado esfuerzo por mantener la concentración. Sin embargo, no fue aquello
lo que más llamó la atención de la muchacha. Los cabellos del hombre eran
totalmente blancos a pesar der ser bastante joven, y ocultaban de forma
despreocupada el parche negro que, a su vez, tapaba su ojo derecho, aunque el
izquierdo permanecía a la vista de un color tan vivo como el de la sangre y,
justo debajo de él, aparecían tres marcas redondeadas y negras que hacían su
rostro aún más espectacular y llamativo. No había signos de arrugas en su
rostro, ni de cansancio, ni de ningún tipo de detalle que le indicase si era
inofensivo o si debía de huir de allí rápidamente. El cinturón que se sujetaba
a su cadera y las vainas que contenían cada una de ellas una cimitarra llamaron
su atención al tintinear levemente cuando el hombre imitó una especie de
reverencia. Su voz sonó tan clara y fresca como la brisa dueña de la pradera,
despejando dudas, temores y falsas suposiciones.
-Es la hora, Suzume.
1.2 Huída.
Escuchaba las voces
de fondo, pero no lograba alcanzar a escuchar lo que las palabras significaban,
sin importar lo mucho que se esforzase en ello. Por el tono de sus voces
parecía un asunto importante, y no tardó en comprobarlo cuando, seguidamente,
el ruido que los pasos provocaron al salir precipitadamente de la sala llegó de
forma más o menos clara a sus oídos. Su mente y su cuerpo aún se encontraban
adormilados, pero sabía a la perfección que había llegado la hora que tanto
había esperado. Tenía que despertar, y tenía que hacerlo rápido o esa única
oportunidad se echaría a perder como tantas otras cosas que la acompañaban.
Ignorando el entumecimiento de todos sus músculos, Kanade se incorporó en la
camilla en la que su cuerpo reposaba y se arrancó con manos torpes y
temblorosas todos los cables que conectaban su cuerpo a diferentes tipos de
máquinas. Con el paso del tiempo había dejado de odiar los pitidos que éstas
mismas provocaban y había sido capaz de aceptarlos como la banda sonora de su
corta y a la vez tan larga existencia. Sus ojos no conocían nada diferente de
aquella sala blanca y circular, o de las demás habitaciones prácticamente
idénticas que formaban parte del edificio, y aunque muchas veces había llegado
a preguntarse qué ocurriría fuera y cómo sería el mundo exterior, nunca había
echado nada en falta porque ni siquiera había tenido la oportunidad de
conocerlo. Al final, la curiosidad y la posibilidad de encontrarse con algo
diferente habían ganado la continua batalla en su interior, aunque el punto
clave había sido la necesidad de escapar de allí.
Sus rodillas
cedieron ante el inmediato peso de su cuerpo al levantarse, y solo el borde de
la camilla evitó que acabará en el suelo como tantas otras veces. Parecía
demasiado débil para realizar cualquier movimiento, pero era demasiado
obstinada como para permitir que la debilidad o el cansancio pudieran con ella
y la retuvieran allí tumbada. Había soportado demasiadas cosas a lo largo de su
estancia allí, demasiadas mandatos, demasiadas descargas y, muy a su pesar,
demasiado poder como para no hacer nada al respecto. Las probabilidades de que
todo aquello saliese bien eran escasas, por no decir nulas, pero si Kanade
tenía algo claro es que esta vez no se dejaría someter por nadie. Saldría de
allí aunque le costase la vida, porque probablemente incluso el final de ésta
misma sería mucho más agradable que tener que permanecer dentro de aquel
terrible laboratorio por más tiempo.
Tratando de pasar
todo lo desapercibida que era capaz, asomó la cabeza por la puerta y miró a
ambos lados del pasillo para poder asegurarse de que nadie se encontraba cerca
para entorpecer sus planes. Luego salió corriendo, deteniéndose únicamente
cuando distintos tipos de voces procedentes de otras salas llegaban a
alcanzarla, momentos en los que recurría de nuevo a su máximo sigilo.
A lo largo de todos
los años que había pasado allí dentro, los diferentes pasillos del laboratorio
se habían ido grabando en su memoria y, como a diferencia de la gran mayoría de
los sujetos que convivían allí aún mantenía su mente prácticamente intacta, la
posibilidad de perderse en aquel infinito laberinto no la preocupaba en
absoluto, sino que más bien era el hecho de que los guardias, tan frecuentes en
aquellos pasillos, no se encontrasen presentes en aquel momento lo que la
preocupaba. ¿De verdad estaba saliendo bien? ¿Podría salir de allí? A medida
que avanzaba su conciencia iba quebrándose debido a los gritos procedentes de
las habitaciones, de los llantos, de las súplicas de aquellas personas que aún
se mantenían de una sola pieza. Kanade las consideraba afortunadas, pues bien
sabía que la mayoría de los sujetos habían perdido la razón hacía mucho tiempo
por todas las pruebas a las que sometían a sus frágiles mentes. Así que,
¿estaría haciendo bien al huir, al dejar a todas aquellas almas desamparadas
atrapadas? ¿Qué diferencia habría entre ella misma y los dueños de todo aquello
si lo hacía? Sus pasos se detuvieron y
su ceño se frunció ante este nuevo obstáculo.
Agachó la mirada y dejó que sus ojos rosados se perdieran entre las
baldosas blancas que formaban el suelo. ¿Qué diablos estaba haciendo..? ¿Acaso
había perdido también la cabeza? Antes de que pudiese preguntarse cualquier
otra cosa, o de que pudiese encontrar una respuesta a todas aquellas preguntas,
el sonido de varias botas acercándose consiguieron sacarla de su ensoñación y
recordarle así que el tiempo no era precisamente algo que estuviese a su favor.
Miró a todos lados, buscando una vía de escape y no tardó en encontrar una
puerta entreabierta, la cual seguramente daría a otra de las muchas
habitaciones que tan bien conocía. No se lo pensó a la hora de entrar, sino que
se precipitó dentro con rapidez y, en cuanto localizó un pequeño hueco entre
toda la maquinaria allí presente se apresuró a esconderse entre ella y a
encogerse sobre sí misma, cerrando con fuerza los ojos con la única idea en
mente de poder hacerse invisible y poder salir de allí.
***
-Hey, Jellal, ha
vuelto a desmayarse.
-No importa,
colócala en la base. Tarde o temprano tendrá que despertarse.
El otro hombre
asintió y avanzó hasta el fondo de la habitación, allí donde una máquina
completamente diferente de las demás que ocupaban la sala se encontraba. Si
bien todas las máquinas eran aparatos más o menos cuadrados y llenos de
frecuencias, números y botones incomprensibles, ésta distaba de ellas en lo
inimaginable. Su tamaño multiplicaba en un número tan grande a las otras que la
base superior casi rozaba el techo de la habitación, y su forma se extendía en
una gran X a la que todo tipo de cables se enrollaban imitando pequeñas
serpientes escurridizas. Bastaba una sola mirada a tal máquina para saber que
no era el lugar donde alguien desease estar.
Esquivando cada uno de los cables que se
esparcían por el suelo, Shiki, uno de los hombres que había entrado a la sala,
aseguró correctamente el cuerpo que portaba entre los brazos a la X metálica,
sujetando con cadenas tanto las muñecas como los tobillos de la joven. Ninguno
de los agarres parecía ser demasiado resistente, pero estaba seguro de que no
habría posibilidad alguna de que consiguiese soltarse. Ni siquiera se atrevería
a hacerlo, y ni siquiera tendría la oportunidad.
Un murmullo hizo que
ambos hombres desviaran la mirada hacia el otro cuerpo que Jellal, el otro
hombre, se encargaba de sostener.
-Justo a tiempo,
muchacho, ibas a perderte el espectáculo.
El aludido, un
hombre mucho más joven que los dos científicos, abrió con dificultad los ojos y
trató de ubicarse y de poner en orden los pensamientos confusos que abarcaban
su mente en ese instante. No pareció que tardará mucho en hacerlo, pues nada
más que alzó ligeramente la cabeza y alcanzó a ver y reconocer el cuerpo que se
encontraba sujeto a la máquina, sus ojos se abrieron como platos y su cuerpo
reaccionó violentamente justo en el momento en que las manos que lo sujetaban
permitían que se soltase, previsoras de lo que ocurriría a continuación, del
error que acababa de cometer con un acto tan pequeño. Los grilletes que
sujetaban las manos del joven emitieron una luz cegadora y, a continuación, un
grito escalofriante rompió el silencio que se había formado en la habitación a
la vez que su cuerpo se precipitaba al suelo presa de violentos temblores y
escalofríos. Jellal suspiró y lo contempló con una clara expresión de molestia.
-Sigo sin creer que
haya sido buena idea traer aquí a los dos juntos.
-Independientemente
de cuál sea tu opinión las órdenes fueron claras, y ni siquiera tú tienes el
poder necesario para ignorar las órdenes que vienen directamente desde arriba.
- Shiki abandonó su posición y se acercó a donde los otros dos se encontraban,
acuclillándose justo al lado del muchacho para obligarle a alzar la cabeza y a
que clavara la mirada en la máquina gracias al fuerte tirón que proporcionó a
su cabello.- ¿La ves, chico? Quiero que mantengas los ojos bien abiertos para
que puedas observar con atención lo que ocurre con aquellos que se atreven a
levantar un solo dedo, aquellos que tienen las suficientes agallas, o más bien
la suficiente estupidez como para intentar pasar por encima de nosotros. No
sois más que experimentos, ratas de laboratorio, Liam Priore, y ahora verás lo
que ocurre con vosotros cuando se os pasa por la cabeza desobedecer. Jellal,
cuando quieras.
No hicieron falta
más órdenes. Jellal ya tenía el mando preparado y, aparentemente, no pestañeó
siquiera a la hora de presionar el botón correspondiente. La máquina se activó,
se llenó de pequeñas luces de colores vivos
y diferentes y transpasó una luz oscura al cuerpo sujeto en ella en a
penas un par de segundos, el cual, ante la repentina transmisión de energía, despertó al instante y llenó la
habitación de gritos desesperados por la violencia de aquellas ondas que
irrumpían en su cuerpo.
Mientras tanto Liam,
impotente, observaba cómo aquella cosa iba introduciéndose y maltratando aún
más el ya enfermizo cuerpo de su hermana menor.
***
No tenía salida, ni escapatoria. Obligada a
escuchar los terribles gritos que llenaban cada hueco de la habitación y se
grababan en su mente como una forja al rojo vivo, Kanade se sentía más atrapada
y asustada que nunca. Pero fue un nombre y el sonido de una voz lo que la hizo
volver en sí misma y comenzar a idear cualquier posibilidad que la sacase de
allí sana y salva, a pesar de que sabía que si quería salir de allí tendría que
hacerlo luchando.
Al darse cuenta de
que se había ocultado de nuevo tras sus manos, dejó caer éstas a ambos lados de
los costados y, de esa forma, rozó de manera accidental su muslo derecho con
una de ellas, encontrándose con una cinta sujeta a éste mismo. Bastó una simple
mirada para ver el conjunto de pequeñas dagas que se encontraban sujetas a la
cinta; sabía a la perfección quién había tenido la consideración de colocarlas
en ese lugar, prácticamente ocultas por el viejo camisón que llevaba. Le había
salvado la vida tantas veces que ni ésta misma sería suficiente para
agradecerle.
Cuando el sonido de
los gritos cesó y fue sustituido por la risa de uno de los hombros, Kanade se
atrevió a volver a asomarse para comprobar el estado de la habitación. De forma
rectangular y blanca en su totalidad, la sala era más pequeña de lo que había
supuesto en un principio, y no estaba en absoluto decorada con cualquier
detalle que pudiese darle algo de vida a aquella imagen tan desoladora. Los
únicos colores eran aquellos reflejados por las luces de los instrumentos que
se encontraban a ambos lados de la sala formando un corto pasillo, y ni
siquiera conseguían darle un mínimo de vida. La gran X ocupaba el fondo de la
sala y parecía ser la atracción principal de lugar. La emoción se reflejaba en
los ojos de ambos hombres mientras observaban todo el procedimiento que estaba
teniendo lugar, al contrario que el muchacho que permanecía aún en el suelo y
al cual todavía le estaban obligando a mirar. Sus ojos permanecían abiertos,
pero parecían haber abandonado cualquier signo de vida. La luz se había apagado
y no había dejado más que un páramo desierto cubierto por una neblina gris.
Kanade supo en ese instante que tardaría mucho tiempo en olvidar aquellos ojos
grises y el abandono que reflejaban.
Pasaron largos e
interminables minutos hasta que toda actividad cesó y pudo escucharse de nuevo
el resonar de las pesadas botas de uno de los hombres mientras se acercaba al
moribundo cuerpo de la muchacha que aún seguía sujeta a todos los cables.
Kanade presenciaba cada mínimo detalle de la escena, y fue justo en el momento
en que el hombre alzó las manos dispuesto a hacerse cargo del cuerpo cuando una
de las dagas atravesó la habitación para ir a clavarse directamente en su mano.
La hoja atravesó limpiamente la fina carne y se quedó hundida en el lugar
mientras los gritos de dolor y las maldiciones llenaban el aire llenos de
angustia. Una simple daga o cuchilla podría haber sido arrancada fácilmente de
la piel, pero nada más que aquella había rozado su objetivo, pequeñas lenguas
de hielo habían comenzado a extenderse tanto por la mano como por la muñeca del
hombre, ascendiendo cada vez más a un ritmo lento, pero sin descanso alguno. La
siguiente daga cruzó la habitación con la misma rapidez que la anterior para
encontrarse con su siguiente objetivo, pero cuando apenas quedaban escasos
centímetros para rozar la sien del hombre, ésta se detuvo en seco como si
hubiese chocado con una pared invisible y, seguidamente, se precipitó al suelo
produciendo un sonido hueco. Cualquier
posibilidad de acabar con ambos captores rápidamente se extinguió junto al
sonido de la hoja metálica.
Un par de manos se
cernieron sobre ella a pesar del escaso espacio que había entre las máquinas
donde su refugio se encontraba, intentando agarrar aquella escurridiza figura
que tantos problemas estaba causando en un tiempo demasiado corto. Pero si de
algo habían servido todas las pruebas había sido para hacerle aprender a
reaccionar de la forma correcta ante cualquier tipo de estímulo. Así, Kanade se
libró del agarre fallido y se deslizó entre las piernas de Jellal para echar a
correr hacia la salida. Lo lógico hubiese sido encontrarse la puerta cerrada,
pero las manos de la muchacha no encontraron impedimento alguno a la hora de
aferrarse a la manilla y tirar de ella con todas sus fuerzas para salir de allí
lo antes posible.
Reconoció al
instante la causa de encontrarse la puerta abierta. Mirase donde mirase lo
único que alcanzaba a ver eran multitud de rostros desconocidos y batas blancas
que se cernían sobre ella. Había abandonado el uso de la razón: eran sus
instintos los que ahora se movían por ella. Sin embargo, no pasó mucho tiempo
hasta que vio todos sus flancos cerrados por demasiadas personas como para
escurrirse entre ellas. Las pocas posibilidades de escapar que había encontrado
al principio de todo aquello desaparecían lentamente. Tendría que soportar de
nuevo castigos, aquellas pruebas que ni incluso los científicos de más alto
rango se atrevían a probar por temor a causar más muertes de las necesarias.
Era cierto que no se preocupaban por la vida de las personas, pero un aumento
repentino de las muertes les ocasionaría problemas a la hora de quedarse sin
una sola persona en la que poder aplicar sus nuevos conocimientos.
Lo único que no
entendía era por qué se mantenían todos tan quietos, con las manos en alto y a
la espera de que hiciera cualquier movimiento sospechoso. Sintió ganas de mirar
alrededor y ver si ella era la causa de tal reacción, pero no era muy difícil saber
que la única que estaba infringiendo las normas era ella. Kanade se removió,
nerviosa, y con un rápido movimiento sacó un par de dagas de la cinta prendida
en su muslo.
-¡¡Quietos!! ¡Que
nadie se atreva a moverse o a hacer que pierda el control!
Aquella voz procedía
de sus espaldas, justo del hombre al que momentos antes había atravesado la
mano con una de las dagas. El hielo había alcanzado ya su hombro y no parecía
querer detenerse, aunque Shiki ya trataba de encargarse de aquel problema que al
parecer no era precisamente su prioridad. Escuchó gritos de disgusto y de
desobediencia, y de un momento a otro volvió a verse rodeada y cada vez con
menos espacio para moverse. Pudo sentir el tacto de diferentes manos
atrapándola y arrastrándola hacia el suelo mientras ella seguía resistiéndose a
dejarse llevar y oponiendo todo tipo de resistencia. A medida que nuevas manos
se hacían dueñas de cada parte de su cuerpo sus nervios iban sobreponiéndose a
su calma y la cordura iba desapareciendo junto a ella. No importaba cuánto lo
desease, cuánto necesitase la magia que en más de una ocasión la había salvado;
ésta no llegaba, quizás porque nuevos experimentos la habían arruinado, o
quizás porque los nervios lo impedían.
Cuando por fin pudo
recurrir a la magia no lo hizo de la forma esperada. Un suave cosquilleo
comenzó a recubrir todo su cuerpo, pero distaba demasiado del que estaba
acostumbrada. En todo el tiempo que llevaba practicando los hechizos que le
correspondían había aprendido a diferenciar cada una de las sensaciones que
influían, e incluso había aprendido a calcular cómo usar la cantidad de magia
necesaria para no destruir su energía vital y acabar con su propia vida, pero
aquello era muy distinto. A parte del cosquilleo, el camino que marcaban sus
venas comenzaba a hacerse visible en su piel e iba adquiriendo un color
negruzco cada vez más intenso que iba extendiéndose a lo largo de sus brazos,
piernas y cuerpo al completo. Causaba dolor, quemaba. Era como si le estuvieran
arrancando la piel a tiras. Antes de que pudiese detenerlo la magia lo hizo por
sí sola; se desprendió de su cuerpo y creó una esfera de oscuridad a su
alrededor que no tardó en consumir toda la luz de la estancia y en dejarlo todo
completamente a oscuras y lleno de gritos.
La noción del tiempo
se perdió, el concepto de realidad se esfumó tan rápido que temió que hubiese
llegado a perder también la lucidez. Se hundía, cada vez más y más abajo… Algo
parecía tirar de ella hacía una profundidad desconocida y envolvía su alma con
un manto tan oscuro como la noche y, a pesar de ello, la conciencia no la
abandonaba. Hubiese deseado haber perdido el conocimiento, abandonar aquel
dolor que la afligía y que llenaba cada rincón de su ser. "Has vuelto a
hacerlo." Aquellas palabras se repetían en su mente una y otra vez sin que
llegase a comprenderlas.
Cuando volvió a
abrir los ojos, lo hizo lenta y pesadamente, y tardó más de lo esperado en
acostumbrarse a los rayos de sol que incidían directamente sobre sus ojos. Las
fuerzas habían abandonado su cuerpo a su suerte. Lo único que podía hacer era
permanecer tirada sobre el suelo con la única visión que se extendía frente a
ella. Las paredes se habían precipitado junto al techo, la mayor parte de la
estructura del edificio estaba dañada y en unas condiciones lamentables, pero
era la cantidad de cuerpos inertes que se apilaban sobre el suelo lo que
horrorizaba sus ojos, y aunque su mente trataba de enlazar todos los hechos, no
parecía procesar bien la información. No parecía procesar el hecho de que todo
aquello había sido su culpa.
Un ruido cercano
hizo que débilmente apartara la mirada de las víctimas y que la llevase hacia
la figura que acababa de aparecer en la entrada. Distinguió sus cabellos
azulados y el color rosa de sus ojos, pero más allá de todo aquello distinguió
la expresión horrorizada de su rostro y, seguidamente, algo parecido a
compasión. No tuvo tiempo de preguntar. Su conciencia abandonó por fin
cualquier lazo que la atase a la realidad y volvió a sumergirse en las mismas
tinieblas que hacía unos instantes, capaces de destruir hasta el alma más pura
e inocente.